un diario posible: 2011

domingo, 18 de diciembre de 2011

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Miro el cielo a través
de las ramas de un árbol,
el sol a través de las nubes,
las nubes, el cielo, el sol
reflejados
en la superficie lisa
de la arena mojada por el mar;
el cielo, las ramas, el árbol
el sol, las nubes
la arena, el mar
filtrados
por el ojo
por el lenguaje.


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No una línea recta,
círculos concéntricos
y a veces
el pasado-presente
como en los sueños.

No fechas,
piedras blancas
y piedras negras
marcan los días indelebles.


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Cosas que sigo haciendo

levantar la cabeza al cielo
hasta que el sol me enceguezca

contar los postes de luz
en la ruta

en la vereda
caminar tocando con un dedo la pared

andar en bici

tirarme de panza a mirar el pasto.


jueves, 24 de noviembre de 2011

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Y esa certeza vegetal de que el tiempo se mueve en círculos, en espiral y no en línea recta como me enseñaron en la escuela. El invierno pudo durar más, pero ya es primavera y todo es nuevo de nuevo, igual pero distinto. Cuando me talen van a ver este año, como en los árboles, un anillo más débil, una pequeña cicatriz.







sábado, 22 de octubre de 2011

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Como las plantas, lenta
pero visiblemente
me inclino hacia el sol.

sábado, 8 de octubre de 2011

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Escribo como quien siembra letras negras
en renglones que son surcos
sin saber bien
si va a nacer una rosa
o un zapallo.

Escribo como quien hila
marco el ritmo con el pie
en las manos las frases se afinan
se sutilizan
hay que ser hábil para que el hilo no se corte.

Escribo como si me hiciera
con retazos de cosas vistas
oídas
leídas
vividas
un vestido para salir
o una manta que me abrigue
cuando esté triste.






jueves, 22 de septiembre de 2011

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Hoy junté flores en el jardín de mi hermana. Conservar una flor es un acto algo cruel. Ellas viven efímeras su vida silenciosa y tímida. Ahora, a la noche, las saqué de su caja y me puse a prensarlas. Hay que poner un papel finísimo para no manchar las hojas del libro. Hay que cortar ese tallo verde que es como una flor y allí se abre su sexo. Ellas se mueven pudorosas, casi ninguna se deja atrapar abierta, entera, con todos sus pétalos juntos como un sol. Elegí para prensarlas un libro enorme, violeta, escrito con una letra minúscula, fue mi único acto de piedad, que duerman apretadas entre los versos de un poeta que pudo entender su levedad como nadie.



miércoles, 21 de septiembre de 2011

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Tomo mate en pijama, escucho a Yann Tiersen mientras el viento mueve las cortinas. Un poco cegada por el sol dejo que las cosas de la casa se vayan ordenando, me digan por dónde tengo que empezar.



miércoles, 14 de septiembre de 2011

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Despierto descansada por primera vez en mucho tiempo, despierto como en otro estado, otro momento de mi vida. Mientras escribo esto escucho a Bach. Ya sé, acá no hay castillos ni bosques ni prados verdes con molinos antiguos, pero el sol por la ventana es tan glorioso como el sonido de las trompetas.


jueves, 8 de septiembre de 2011

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Estábamos en un pantano. A la cocina del campamento venía a comer un cocodrilo que tenía nombre y era como un cachorro. Igual no daban ganas de acariciar esa piel viscosa y siempre estaban los dientes. De noche la temperatura era hermosa pero estaban los mosquitos. Dormíamos en un quincho enorme, cada uno envuelto en su hamaca, sintiendo en la cara esa textura basta, disfrutando la sensación de colgar de nuestra propia tela como un gusano de seda.




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Mi amante se fue y dejó sobre la tela de la almohada la tela sutil, invisible, de su perfume.



martes, 6 de septiembre de 2011

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En invierno cardábamos la lana. En el campo no había mucho para hacer, y a las seis ya era de noche. Sentadas cerca de la cocina económica la abuela, la mamá y las hermanas sacábamos el relleno de las almohadas y lentamente transformábamos esos rulos apretados en una bruma leve, un vellón casi transparente. Sacábamos también algún abrojito que había quedado pegado y nadie había visto el invierno anterior. Limpiábamos lentamente esa lana de todas las pesadillas del año pasado, de las noches de insomnio escuchando el balido de los corderitos recién destetados, las preparábamos para las mil ovejas que contaría cada uno antes de dormir.



lunes, 8 de agosto de 2011

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Un costurero guarda siempre cosas pequeñas. Toda caja cerrada es una caja de sorpresas.

La caja es de metal rectangular con una leve curvatura en el frente diríase una S muy suave, estilizada al borde de la delgadez absoluta.

En la base el logo de La Virginia evidencia que fue alguna vez una caja de té. Era de mi tía Teresa, modista de profesión, pero ella guardaba sus hilos, agujas, botones, alfileres y tizas en los cajones de madera de la Singer, no sé para qué la usaba.

La caja es color té con leche, alrededor unos árboles que parecen de la China, con troncos intrincados y hojas (¿flores?) naranjas, abajo pastos altos verde oscuro. Al frente un ciervo macho y una hembra en plena carrera. La misma figura se repite en la cara posterior. En los costados izquierdo y derecho descansan sendos ciervos machos. Los árboles reparten sus ramas de un lado al otro de los vértices redondeados: continuidad.

En la tapa, atrás, en verde oscuro un árbol decididamente oriental. Pastos verde oscuro se repiten. Dos ciervos hembras en descanso: una en pie y la otra, más pequeña, echada sobre sus patas delanteras (parece la cría). Entre ellas una flor dorada, desproporcionadamente grande. A la derecha hojas de otoño. Sobre todo el cuadro la luna llena.

A pesar de los años no hay restos de óxido, sólo un pequeño lugar en el que se saltó la pintura. La caja abre perfectamente y revela en el interior en relieve invertido el dibujo de la tapa.

Hilos verde agua asoman de los bordes. Sobre todo hay una tijera plateada, ésta sí, algo ennegrecida por el uso, levemente oxidada en sus goznes pero precisa y perfecta en su corte, de industria argentina, habituada a manos más expertas y laboriosas que éstas que hoy la manejan, herencia involuntaria de una tía muerta.

Una canastita de cartón amarilla tramada contiene seis rosas amarillas, dos rosas, una encarnada entre hojas verde oscuro y algunas flores pequeñas de color indefinido, tal vez rosado con el centro algo rojo, de esas que siempre completan los ramos. El mismo dibujo se repite en ambos lados, así como también la palabra “basket” en la parte inferior, por donde se abre. Adentro la canasta es de un azul desvaído con un delicado borde de flores y ramas, un dibujo beige casi imperceptible. De un lado, sobre papel glacé rojo agujas cortas y muy finitas y un enhebrador, todo plateado. Del otro, sobre papel glacé amarillo, agujas más largas. Se la compré a una señora en la calle, era muy barata, no sé por qué, si es tan hermosa. Mi abuela dice que esas agujas no sirven, que se doblan.

El alfiletero es rosa, rectangular, con una E bordada en punto cruz. Lo hice con mucho amor, cuando tenía diez años y bordaba. Tiene dos agujas enhebradas con hilo blanco y un hilito azul que se enganchó.

Hay una flor de tela naranja de cuadritos, el centro es un botón verde. No sirve para nada, pero es linda, me la regaló una alumna y me da pena tirarla.

El centímetro es nuevo, azul y blanco por tramos. Está hecho en China, pero las inscripciones “fita corriente” “uso doméstico” “vedado o uso em transaçoes comerciais” están en español y portugués.

Hay una puntilla blanca de piquitos. La compré una vez porque me encantó, todavía no sé para qué la voy a usar.

Hay un papel blanco: “Alfileres extra finos “Erizo” MR Producto SAETA”. Hay una hilera de alfileres perfectamente ordenados. Enfrente uno solo: parece el general. Son muy fáciles de sacar, pero casi imposibles de volver a su lugar. Mi tía tenía en la caja de costura un imán para juntar alfileres perdidos.

Hay un carretel de hilo rosa.

Hay un ganchillo de 7 mm dorado.

Hay un hilo muy raro que hace que se enreden todos los demás: me parece que no sirve para nada y que lo voy a tirar.

Hay una cajita azul de terciopelo que tenía unos aritos de oro que perdí.

Hay un pedacito de elástico: “para algo va a servir”.

Hay un cartoncito con pedazos chiquitos de hilos tostado, blanco, verde seco, marrón chocolate y negro para cuando vas de viaje, por las dudas.

Hay un carretel de hilo negro, un carretel de hilo tostado, otro de verde seco, claro y apagado. Éste tiene una aguja pinchada: para algo lo usé.

Hay un carretel celeste, uno azul, uno rojo, uno violeta, uno azul más oscuro, uno blanco, uno amarillo.

Hay un carretel verde agua y otro blanco: éstos son más gruesos, son de plástico, mucho mejores, más gruesos (seguro que me los dio mi abuela). Los demás son de cartón, creo que los compré en un paquetito de plástico en un todo x 2 pesos, venían todos juntos.

Hay un ganchillo rojo de 4,5 mm, un dedal, una cinta bebé blanca, otra amarilla, otra rosa con un alfiler de gancho mínimo y dorado en la punta, de esas que vienen con la ropa.

En el fondo hay alfileres de gancho, botones, trabitas, lentejuelas, una escarapela, una crucecita, una mariposa, el escudo de la escuela, el de las girl scouts, esas cosas que no sabés dónde poner.





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Y no es pereza, es necesidad
de estar muy quieta y muy sola
observándolo todo
de ser este año
el último árbol en florecer.





viernes, 29 de julio de 2011

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El jueves empecé un taller con Elsa Manuel, y mientras tejía no paraba de hablar de mi abuela. Mi abuela era una genia. Me enseñó la alegría de estar en casa, siempre ocupada, nunca aburrida. La paciencia para cocinar, para esperar que todo, todo, incluso la pava para el mate se caliente al fuego mínimo. Me enseñó a confiar en que todo al final sale bien, como dios quiere. El tiempo se alarga y las cosas salen haciendo un poquito cada día: un rato con las plantas, un rato con la ropa, a la mañana tejiendo o rezando mientras se hace la comida. El dulce nunca se le quemaba, las tortas nunca se le arrebataban, porque el fuego era su amigo y lo trataba con suavidad. Trataba de no tirar nada, de que todo volviera a servir: la lana destejida, lavada y vuelta a tejer, los sachets de leche cosidos y transformados en bolsas para la compra, hasta inventó unos tubitos hechos con rollos de cocina y tapas de desodorante para guardar las agujas.
Ahora yo, cansada y enferma de tanto leer, de tanto tratar de enseñar cosas que ni yo sé si sirven a chicos que no quieren aprenderlas, vuelvo a encontrar ese lugar calentito entre mujeres que tejen y hablan de cosas nimias, y vuelvo a disfrutar como cuando era una nena y ella me enseñaba los puntos.






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El sol crece en la ventana y Lorenza lo aprovecha sobre su sillón rosa. Sobre la mesa ratona una taza amarilla, un centímetro, una lámpara de papel. Ray Charles se mezcla con el centrifugado del lavarropas. El ganchillo rojo va y viene, no pienso en nada y me siento tan libre. Quiero ser escritora, ser feliz en mi casa, salir a hacer cosas tranquilas y que la gente sea amable y compasiva, sentirme abrazada, que el sol sea cálido todo el año.



martes, 12 de julio de 2011

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Amainó el frío
adentro y fuera de mí.
Abrí las ventanas
les dí de comer a las plantas
y salí a la calle
a ver los dibujos
que hacen en el aire
las ramas vacías de los árboles.






jueves, 2 de junio de 2011

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Nada en un mar de aceite la piedra que me oprimía el pecho. Necesito agua, agua, agua, aire, sol y esa sensación de tener zapatillas aladas.






martes, 31 de mayo de 2011

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Los álamos, los sauces, las totoras, los mil colores del otoño que el atardecer agrisa. Las luces de la calle sobre el agua casi negra del Napostá. Siento un grito ahogado como si al día le hubieran puesto
una almohada en la boca para matarlo suave pero firmemente.




lunes, 30 de mayo de 2011

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Te dije que no te iba a extrañar, pero era en verano. Ahora está gris y frío. A veces tejo para sentir tibias las manos, a veces prendo el horno para sentir el calor mezclado con un perfume de verduras o de membrillos, pero el calor del sol es otra cosa. A veces como ahora me dan ganas de ovillarme como Lorenza que se abraza sola y parece feliz, o mandarte mensajes de vapor, que ni te des cuenta.



domingo, 1 de mayo de 2011

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A la mañana caminé pisando las hojas que ya volvían a crujir después de tanta lluvia. Ahora pienso en la semana que empieza, pongo en vinagre un coliflor antes de cocinarlo y dejo sin casa a un monton de gusanitos de un verde casi fosforescente.



martes, 22 de marzo de 2011

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Todavía no se marchitaron las flores que me regalaste y ya te dije algo tan feo. Dijiste que hay cosas que no tienen retorno, y es cierto, las palabras como dagas te parten en tajos, se necesita mucho amor para juntarlos y poder volver a la que está tan arrepentida. Fue un domingo raro el que me hizo decir esas cosas, dijiste que no era suficiente para dejarnos y sin embargo.



sábado, 12 de marzo de 2011

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Afuera está gris, me levanto y mientras preparo mate prendo el horno. Mezclo migas de pan con leche, les agrego azúcar y dos huevos, pasas de uvas, semillas y esencia de vainilla. Acaramelo una budinera, y mi casa ya empieza a tener ese calorcito que tenía siempre la casa de mi abuela, la casa de mi mamá y todas esas casas a las que después me fui acercando instintivamente. Tal vez por eso es que dicen que a los hombres se los conquista por el estómago: no se si es tanto lo rico y calentito por dentro, sino ese aire tibio y perfumado y mimante que te rodea.






martes, 8 de marzo de 2011

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Me viste desnuda y soy tan transparente,
no me podía dormir y quise
escurrirme de tu abrazo sin despertarte
en el centro mi corazón es una manzana
que se come de un solo bocado
y qué voy a hacer cuando no tengas más hambre.



viernes, 11 de febrero de 2011

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La ciudad se vuelve amarilla, blanca y celeste en la luz de la tarde. Abro la ventana. Leo un libro de Hopper que me prestaste y pienso que tal vez me presientas sentada en el sillón a través de las cortinas que la brisa mueve.