un diario posible: julio 2011

viernes, 29 de julio de 2011

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El jueves empecé un taller con Elsa Manuel, y mientras tejía no paraba de hablar de mi abuela. Mi abuela era una genia. Me enseñó la alegría de estar en casa, siempre ocupada, nunca aburrida. La paciencia para cocinar, para esperar que todo, todo, incluso la pava para el mate se caliente al fuego mínimo. Me enseñó a confiar en que todo al final sale bien, como dios quiere. El tiempo se alarga y las cosas salen haciendo un poquito cada día: un rato con las plantas, un rato con la ropa, a la mañana tejiendo o rezando mientras se hace la comida. El dulce nunca se le quemaba, las tortas nunca se le arrebataban, porque el fuego era su amigo y lo trataba con suavidad. Trataba de no tirar nada, de que todo volviera a servir: la lana destejida, lavada y vuelta a tejer, los sachets de leche cosidos y transformados en bolsas para la compra, hasta inventó unos tubitos hechos con rollos de cocina y tapas de desodorante para guardar las agujas.
Ahora yo, cansada y enferma de tanto leer, de tanto tratar de enseñar cosas que ni yo sé si sirven a chicos que no quieren aprenderlas, vuelvo a encontrar ese lugar calentito entre mujeres que tejen y hablan de cosas nimias, y vuelvo a disfrutar como cuando era una nena y ella me enseñaba los puntos.






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El sol crece en la ventana y Lorenza lo aprovecha sobre su sillón rosa. Sobre la mesa ratona una taza amarilla, un centímetro, una lámpara de papel. Ray Charles se mezcla con el centrifugado del lavarropas. El ganchillo rojo va y viene, no pienso en nada y me siento tan libre. Quiero ser escritora, ser feliz en mi casa, salir a hacer cosas tranquilas y que la gente sea amable y compasiva, sentirme abrazada, que el sol sea cálido todo el año.



martes, 12 de julio de 2011

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Amainó el frío
adentro y fuera de mí.
Abrí las ventanas
les dí de comer a las plantas
y salí a la calle
a ver los dibujos
que hacen en el aire
las ramas vacías de los árboles.